Padres intrusos y niños crueles

Esta semana recibí un correo electrónico de una mamá muy preocupada por la intromisión de otras mamás en la vida de sus hijas: «Mi hija que se encuentra en sexto de primaria quería tener más amistades y se empezó a juntar con otro grupo de niñas. ¡Las mamás terminaron expulsándome del grupo de mamás y a mi hija de su grupo de amigas!

«Las niñas ahora ya no quieren juntarse con ella porque las «traicionó» y la están hostigando a través de las redes sociales. No entiendo por qué las mamás quieren controlar las amistades de las niñas y no les dan la libertad de abrirse y de conocer más niñas».

El tema de «formar grupitos de amigos de nuestros hijos» no es nada nuevo. En muchas escuelas existen los grupitos, pero no formados por los niños, sino por sus papás. Y la razón es crearlos para que su hijo o hija no sea excluida y rechazada.

Hace algunos años una familia llegó de Monclova a residir a Monterrey. La niña, en primero de primaria, cumplió años e invitó a todos sus compañeritos del salón. A la hora de la fiesta nadie se presentó y, al hablar la mamá para saber el motivo, le dijeron: «Es que tu hijita no está en el grupo de amiguitas».

¿Cómo es posible que los papás, desde primero de primaria, cierren la posibilidad de que sus hijos puedan tener otras amistades? ¿Por qué intervienen y no dejan que hijos se arriesguen a conseguir amigos? ¿Cuál es la garantía de que ellos desearán a esos amigos toda la vida? ¿Qué pasará cuando se desintegre el grupito y necesiten hacer nuevos amigos? No tendrá las habilidades sociales ni emocionales para ser y hacer amigos.

Hace algunos meses abrí un taller para desarrollar habilidades de amistad entre niños y adolescentes y no existió interés entre los papás. Al preguntarles el motivo, respondieron: «¿Para qué? Si mi hijito ya tiene su grupito y no lo necesita». Efectivamente, tiene sus amigos, pero no conquistados por él o ella, sino por sus papás.

La pandemia ocasionó que nuestros hijos sufrieran durante el aislamiento debido a las restricciones de contacto social y la cancelación de actividades en grupo. Sin embargo, es importante tener en cuenta que la pandemia ha afectado a todos de manera diferente y es posible que hayan aprendido habilidades sociales nuevas a través de medios digitales. Sin embargo, esto no sustituye la interacción humana cara a cara.

Una de mis alumnas de la universidad me comentó que su hermano menor era un niño extrovertido y amiguero, pero la pandemia lo aisló en su recámara a jugar videojuegos. Ahora no quiere salir con sus amigos o jugar con ellos en el parque, solamente desea estar enfrente a una pantalla todo el día.

El Covid-19 dejó al mundo con un montón de consecuencias no deseadas. Algunos de los más destacados incluyen un aumento en la ansiedad y depresión, sentimiento de soledad y un aumento en los riesgos sociales. La falta de asistencia a la escuela, contacto con amigos y el encierro en las casas incrementó los problemas de comunicación e interacción humana. Las personas somos seres sociales por naturaleza y buscamos instintivamente conversar con alguien, aunque sea para quejarnos.

Vivimos una gran crisis de desarrollo social. Por un lado, la pandemia retrasó o bloqueó su adquisición y ahora los papás, creando los «grupitos», impiden a sus hijos desarrollar su inteligencia social y emocional. Puedo «entender» que lo hacen por razones de «amor», miedo a que sus hijos se queden sin «plan» el fin de semana, preocupación por su bienestar y protección de posibles amenazas a su hijo. Sin embargo, esta intrusión en sus vidas puede tener efectos negativos en el desarrollo independiente y su autoestima.

Es importante encontrar un equilibrio y permitir que los niños tomen decisiones y asuman responsabilidades a medida que crecen. Nuestros hijos deben vivir un mundo de tolerancia de las personas y aprender a aceptarlas, ya que tarde o temprano pueden encontrarlas nuevamente y, de haber tenido una buena amistad con ellas, dependerá su bienestar.

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