Padres que gritan

“Mi casa es muy ruidosa. Soy mamá de tres hijos, el volumen de mi casa es muy alto todos los días porque a mis hijos les encanta discutir entre ellos. Sus peleas me llevan a perder la calma y gritar. Además, me enferma repetir órdenes media docena de veces y de plano no obedecen y necesito darles algunas nalgadas”. Este es un correo que recibí de una mamá hace algunos días solicitando algún consejo, ya que está a punto de “regalarlos” (en sentido figurado).

Estoy convencido de que cualquier padre que me diga que nunca se altera con sus hijos está mintiendo. Estoy seguro de que muchos consultan Facebook, Google, libros, artículos y hasta han ido a conferencias para calmar sus frustraciones y encontrar herramientas para ayudarles a criar niños en un ambiente de paz. Perder la paciencia no significa que seamos terribles padres, sino que no tenemos las mejores herramientas para usarlas cuando nuestros hijos nos llevan al límite.

La ciencia nos dice que gritar no es diferente a golpear. En 2014 se publicó un estudio fascinante y llamativo en la Sociedad para la Investigación en Desarrollo Infantil que estableció un fuerte vínculo entre la depresión adolescente y los padres que gritan. Este estudio fue dirigido por Ming-Te Wang y Sarah Kenny, quienes encontraron que el gritar puede ser muy dañino emocionalmente para nuestros hijos.

Según el estudio, los niños a los que se les grita tienen un aumento predictivo de problemas de comportamiento y depresión. Lo que es peor: los padres que gritan son incapaces de equilibrar los gritos con el afecto para deshacer el daño que causaron al gritar en primer lugar. Significado, incluso cuando los padres demostraron calor amoroso antes o después de los gritos, el griterío en sí seguía siendo perjudicial.

Hay momentos en los que es necesario gritar, como tratar de alertar a mis hijos del peligro inminente. Sin embargo, el gritar, en otras ocasiones, puede ser sinónimo de debilidad ante la impotencia de no saber cómo educar o desahogo por falta de manejo de emociones negativas internas, llegando hasta un abuso.

El estudio nos dice: “La dura disciplina verbal de los padres puede tener un impacto dramático en el desarrollo conductual y emocional de los adolescentes”. Los padres que usan insultos y amenazas que humillan al niño están causando el peor daño psicológico y emocional; los investigadores lo llaman disciplina severa. El estudio muestra que los niños a los que se les grita severamente tienen más probabilidades de deprimirse y de actuar. No se necesita investigación científica para llegar a esa conclusión. Los niños que se sienten rechazados y humillados por sus padres no se sentirán bien consigo mismos.

Los gritos y humillaciones pueden ocasionar en los adolescentes una autopercepción y visión negativa del yo: “Soy un tonto” o “No soy amado porque soy malo”. Es importante que los papás hagan una diferenciación en su disciplina dirigida hacia la conducta y no hacia la persona. Recomiendo no decirles “eres un…”, sino “la acción que realizaste no es la correcta porque…”. Gritar para corregir o llamar la atención sólo demuestra incapacidad para entablar una comunicación efectiva con los hijos.

Los papás debemos ser modelos de cómo enfrentar situaciones conflictivas con paciencia y sabiendo tomar buenas decisiones. Si nuestros hijos ven que ante cualquier frustración soltamos el grito, muy probablemente ellos harán lo mismo ante cualquier dificultad. Mantengamos la calma y no voz ecuánime, digamos las conductas que esperamos de ellos y las consecuencias positivas o negativas que tendrán en su cumplimiento o no.

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