El impacto más importante de la pandemia ha sido un deterioro y afectación en la salud mental de niños, adolescentes, jóvenes y adultos como baja tolerancia de frustraciones, poco control de impulsos y aumento de los índices de depresión, ansiedad, sentimientos de soledad, dependencia, pensamientos suicidas y, especialmente, estrés. Observo en esta nueva generación de niños y adolescentes una gran presión para cumplir las expectativas de sus padres, amigos y redes sociales.
La semana pasada llegó a mis manos una nota de un adolescente de 16 años anunciando su suicidio: «Papá y mamá, siento mucho no lograr lo que ustedes me piden. Sé que les he fallado y ojalá me perdonen. Ya no merezco vivir y ya no aguanto tanta presión. Díganle a mi hermano pequeño que lo quiero mucho y que no tiene la culpa de lo que voy a hacer». Gracias a Dios que esta carta la leyó una de sus amigas y tuvo el valor de decirle a sus padres de lo que su hijo pensaba hacer. En este momento lo está tratando un psiquiatra, porque presenta una depresión profunda.
Según David Prescott, profesor asociado del Departamento de Salud y Administración Pública de la Universidad de Husson, el estrés crónico y prolongado aumenta considerablemente el riesgo de la depresión. Además, un estudio realizado el año pasado por el Instituto de Salud Mental en los Estados Unidos encontró que la generación Z, los nacidos entre 2005 y 2020, tiene mayor riesgo de sufrir depresión por sus niveles altos de estrés, especialmente después de la pandemia.
Nuestros hijos están saturados de compromisos escolares, familiares, sociales, deportivos, profesionales y emocionales, pero sin la capacidad de jerarquizarlos y ordenarlos prioritariamente. Para ellos todas sus actividades son muy importantes y esperan cumplir con las expectativas de cada una de ellas. Tienen un gran problema de recibir «aprobación» para sentirse bien y alimentar su autoestima. Es la epidemia de «Si hubieras…».
Ahora los papás reprenden a sus hijos con: «Si hubieras estudiado más no sacarías una calificación tan baja». «Si hubieras puesto más atención y esfuerzo no te equivocarías en tu baile». «Si hubieras ido a la reunión de amigos te invitarían más seguido y no te dejarían fuera». «Si hubieras revisado más tu WhatsApp evitarías que hicieran memes de ti».
La expresión «Si hubieras..» se ha convertido en una fuente de estrés de recriminación y culpabilidad al no cumplir con las ilusiones de los demás. El problema no es tener muchos compromisos, sino carecer de la capacidad de jerarquización para cumplirlos.
Un ejemplo muy común de la falta de priorización es: «Tu hijo universitario tiene un examen semestral del día de mañana y se pone a estudiar. A las dos horas le mandan un mensaje sus amigos para verse en la casa de uno de ellos. ¿Qué hace? Va a verlos. Regresa a casa a la una de la mañana y se pone a estudiar hasta las cinco de la mañana. Duerme 30 minutos y va a la universidad. En otras palabras, nuestros hijos quieren cumplir con todo y con todos, y esto genera un gran estrés.
Por supuesto, si tu hijo queda mal con algo o alguien detonará en él una emoción negativa de frustración y desilusión que activará el cortisol (hormona del estrés) y, si esta experiencia es frecuente, tendrá un gran riesgo de sufrir depresión.
Debemos enseñarles que es imposible complacer a todo el mundo y cumplir al 100 por ciento con todas las presiones en forma simultánea e inmediata. Deben aprender a decir «No», jerarquizar sus actividades y dejar las menos importantes para después.