He recibido muchos mensajes de directores y profesores de secundaria, preparatoria y universidad sorprendidos por la cantidad enorme de estudiantes que justifican no asistir a presentar exámenes semestrales en forma presencial por motivos de enfermedad.
En el último año y medio las escuelas modificaron sus metodologías para las clases a distancia. Escuela en casa se convirtió en una de las actividades más importantes en el hogar. Niños, adolescentes y jóvenes cambiaron sus clases presenciales por la modalidad sincrónica, que significa que maestros y alumnos están en contacto en tiempo real, pero a través de una pantalla.
No solamente los profesores tuvieron que adecuar sus metodologías de enseñanza sino también sus evaluaciones.
El examen siempre ha sido un gran dolor de cabeza para estudiantes y maestros. No es fácil ponerle un número o letra para calificar el saber. Generalmente, los exámenes escritos son una forma de evaluación para demostrar el conocimiento o dominio de alguna habilidad académica. Su preparación requiere un gran esfuerzo de atención, cognitivo, memoria, práctica y perseverancia. A nadie nos gusta que nos califiquen, sin embargo, la evaluación es esencial para revisar si el logro de los objetivos se alcanzó.
En la pandemia la mayoría de los maestros buscó cómo evitar el plagio o la deshonestidad al momento de presentar un examen en su casa. Es difícil supervisarlos ya que pueden tener los apuntes a un lado, compartir las respuestas con los compañeros por los celulares o tener otra pantalla abierta en la computadora para consultar las preguntas.
En los últimos meses, muy probablemente muchos estudiantes estuvieron más cómodos presentando los exámenes escritos desde sus casas y no necesitaban un gran esfuerzo para dominar el conocimiento ya que podían tener ayuda extra para responderlos.
Ahora en el regreso de clases presenciales muchos de ellos se reportan enfermos y solicitan que les apliquen el examen a distancia.
Entiendo que tengamos alumnos indispuestos para asistir a presentarlos, pero un 40 por ciento de estudiantes que solicitan ausentarse del examen presencial, son demasiados.
Antes de la pandemia, claro que había ausencias en los exámenes finales, pero quizá había un alumno en todo el grupo y en la mayoría de los cursos su asistencia era perfecta.
Por cierto, las inasistencias a los exámenes eran por causas realmente graves como un accidente o internamiento en el hospital. Ahora las justificaciones son: «Maestro, me siento mal». «No puedo ir porque me duele la cabeza». «Traigo un dolor en el estómago y quiero que me ponga el examen a distancia».
Hablando con algunos de ellos me comentaban que no se sentían preparados para tener una buena calificación si presentaban el examen en forma presencial.
Una de las consecuencias negativas de la pandemia es que muchos estudiantes se habituaron a no estudiar o prepararse en forma adecuada y con poco esfuerzo lograron muy buenas calificaciones.
«Esfuerzofobia» es un síntoma común en este aislamiento social y su significado es que tienen miedo o pavor de toda actividad que implique trabajo, sacrificio o esfuerzo.
Muchos maestros han comentado que los exámenes escritos a distancia no evalúan realmente el dominio del aprendizaje de los alumnos.
Afirman que antes de la pandemia tenían un porcentaje alto de reprobación y ahora no solamente nadie reprueba, sino que la mayoría obtiene excelentes puntajes o calificaciones.
En muchos casos hasta los mismos padres entregamos justificantes falsos de enfermedad de nuestros hijos para evitar que enfrenten el más pequeño fracaso.
Papás, no seamos alcahuetes y permitamos que nuestros hijos realicen un esfuerzo real para su aprendizaje.