Este lunes pasado se suspendieron las clases presenciales desde los niveles inferiores hasta la universidad por el pronóstico de inundaciones en el área metropolitana de Monterrey. Entonces, se retomaron las metodologías a distancia, como el Zoom, para que los alumnos no perdieran la oportunidad de asistir a clase, aunque fuera desde sus casas.
Uno de los requisitos que solicito a mis alumnos es que enciendan las cámaras durante mi exposición y, al tomar lista, observo que la mayoría de los alumnos no están peinados y aparentemente se acaban de levantar. Al preguntarles me confirmaron mi sospecha: «Maestro, me desperté hace cinco minutos». «Ayer recibí la notificación de la cancelación de clases presenciales, entonces aproveché a levantarme más tarde».
No solamente ocurrió en las clases de la mañana: en la clase de la una de la tarde varios alumnos aprovecharon para despertarse en el mediodía. Lo que más me llamó la atención es que la mayoría comentó que extrañaba más las clases a distancia que presenciales. Al preguntarles por qué, me contestaron: «Maestro, podemos dormir más y levantarnos un poco antes que empiece la clase». «En las clases presenciales me tengo despertar muy temprano para vestirme, desayunar y dirigirme a la universidad. En cambio, con clases a distancia puedo dormir dos horas más». «Al tomar clases en casa puedo apagar la cámara, ver mi celular, copiar durante los exámenes y más fácil acreditar las materias». Y, casi unánime, dijeron: «Maestro, extrañamos y queremos seguir en casa».
La pandemia originó un gran cambio en las rutinas y hábitos en la casa, escuela y vida. Somos seres de hábitos y, cuando ya están formados, son difíciles de cambiar o eliminar. Sin embargo, debemos de tener la capacidad de aprender, desaprender y reaprender para avanzar y lograr nuestras metas y sueños, y como afirmó el astrofísico inglés Stephen Hawking: «La inteligencia es la capacidad de adaptarnos a los cambios».
Esta capacidad de adaptación es esencial para sobrevivir a los nuevos retos que nos enfrentamos postpandemia. Varios de mis alumnos, adultos, se resisten a cambiar sus rutinas y adaptarse a las nuevas exigencias de clases presenciales. Apenas estamos terminando el primer parcial y algunos están en riesgo de perder su derecho a examen final por retrasos.
Al preguntarles por qué tantos retardos me responden: «Profe, no tengo la culpa. Tengo que caminar mucho porque no hay estacionamiento cerca». O: «La fila para entrar a la universidad está muy larga y llego tarde», entonces, les digo: «Si ya saben la situación, ¿por qué no se levantan más temprano y evitan el congestionamiento?». Su respuesta es muy simple: «Maestro, yo no tengo la culpa. ¿Por qué no hacen estacionamientos más cerca de los salones o agilizan la entrada?». Muchos de nuestros hijos están acostumbrados que el mundo se adapte a ellos y, cuando no ocurre esto, corren el riesgo de culpar a los demás y estancarse como víctimas del mundo exterior.
Una de las características más importantes para desarrollar la salud mental en nuestros hijos es hacerlos conscientes de que hay situaciones de la vida que podemos controlar y otras no. Las circunstancias que no están en nuestras manos dominarlas tenemos que tolerarlas, aceptarlas y adaptarnos para vencerlas. Nuestras vidas están llenas de realidades y experiencias que no podemos cambiar y necesitamos enfrentarlas para continuar nuestro camino y realización.
Habituemos a nuestros hijos a situaciones a las que necesitan adaptarse. Comprendo que aprender algo requiere sacrificio, esfuerzo y hasta dolor, ya que nadie quiere dejar su zona de confort, pero es necesario para nuestro progreso y superación.