Cada día hay grandes héroes invisibles que nos enseñan grandes lecciones de vida.
Esta semana en las Olimpiadas de Tokio observé en la televisión en el evento masculino de los 5 mil metros planos, el primer grupo eliminatorio, y ocurrió un accidente.
El atleta keniano Daniel Ebenyo, ubicado en los 2 mil 400 metros recorridos en el segundo lugar, se tropieza y cae en medio del pelotón.
Se levanta rápidamente para continuar su carrera y ahora va colocado en el décimo quinto (15) lugar.
Y un minuto y medio después se sitúa en el primer lugar y se mantiene entre los primeros cuatro lugares faltando 300 metros de la meta.
El agotamiento se hace presente y termina en el décimo y desafortunadamente su tiempo no le alcanza para competir en el evento final.
Para un servidor es un gran campeón de medalla de oro. No solamente porque nunca se rindió, por su resiliencia sino, además, su compañerismo.
Sabiendo que no tendría la suficiente resistencia para terminar en un buen lugar, realizó una carrera para apoyar a su compañero de equipo Nicholas Kimeli que llegó en primer lugar en este evento eliminatorio.
No todos los atletas tienen este nivel de resiliencia. Muchos al verse afectados por un pequeño accidente y alejada su aspiración de obtener una medalla olímpica optan por abandonar.
Hay un caso muy similar en los Juegos Olímpicos de 1968 en la Ciudad de México. El atleta John Akhwari, de Tanzania, compitió en el maratón.
En el kilómetro 19 sufrió una caída lastimándose su hombro y rodilla. La noche terminaba y el Estadio Olímpico Universitario se encontraba casi vacío. De pronto, en las bocinas del estadio anunciaron la entrada de Akwari a la pista.
Trotaba lentamente con su rodilla ensangrentada. Quedó en el último lugar (57) de los que terminaron la carrera. Eran al inicio 75 competidores. No le importó el lugar de llegada sino terminar lo que había empezado. Lo entrevistaron y le preguntaron que por qué terminó si no tenía nada que ganar. Su respuesta fue: «Mi país no me envió 5 mil millas para empezar la carrera; me enviaron 5 mil millas para terminarla».
Todos tenemos una carrera que terminar. Quizá unos sean más rápidos. Algunos tendrán que correr más lejos. Y otros serán más altos que los demás.
Todos tenemos algún destino que deseamos alcanzar y la capacidad de lograrlo.
Dejemos a un lado las excusas para justificar la renuncia o abandono de nuestros sueños.
La única culpa o responsabilidad del éxito o fracaso de nuestras vidas somos nosotros mismos. No promovamos el sentimiento de víctimas en nuestros hijos. «Hijito, tú no tienes la culpa. Es tu maestro el que se equivocó». «Hija, no te sientas mal. Tus amigas te tienen envidia. Y te sacaron del equipo».
La carrera de nuestra vida puede ser difícil, con obstáculos, viento en contra, injusticia de jueces o zancadillas de nuestros amigos o compañero y, sin embargo, somos nosotros los únicos responsables de lograr o abandonar nuestros sueños.
Impulsemos a niños y adolescentes, las adversidades nos hacen más fuertes y nos preparan con mejores habilidades para enfrentar problemas más complejos con éxito y esfuerzo.