Cada semestre aumentan el número de padres de familia que interceden y buscan solucionar todos los problemas de sus hijos adultos. Entiendo que nuestro trabajo de mamá o papá es formar y ayudar a nuestro hijo a crecer, ser independiente y a tomar las mejores decisiones. Pero una cosa es ayudar y otra muy diferente es solucionar todas sus dificultades.
En todos los casos cuando los papás quieren salvar a sus hijos, lo primero que les digo es: “Su hijo es adulto y permitan que ella o él lo solucione”. Entiendo que los padres necesitan estar informados sobre el desempeño de sus hijos y busquen apoyarlos para que salgan adelante, pero hay que tener mucho cuidado de no sobreprotegerlos y evitar que vivan problemas, adversidades y frustraciones.
Muchos de ellos, sin embargo, tienen la excusa: “Yo estoy pagando la colegiatura y además mi hijo es muy tímido y no se atreve a hablar con los maestros”. La Dra. Lythcott, autora de varios libros y maestra de la Universidad de Stanford, escribe: “Cada vez más vienen a la universidad papás acompañando a sus hijos y literalmente son ellos quienes les resuelven todos sus problemas, los inscriben a los cursos y los levantan todas las mañanas para que no lleguen tarde a sus clases”. ¿Hasta cuándo los ayudaremos a madurar?
Expertos en psicología afirman que el periodo de la adolescencia se está prolongando cada vez más. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la adolescencia es un periodo de crecimiento entre los 10 y 19 años. La UNICEF (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia) lo define como el periodo que va de los 14 a los 16 años. Sin embargo, la neurociencia menciona que la pubertad, especialmente en las niñas, está iniciando muy tempranamente. Alrededor de los 10 años, existiendo muchos casos desde los 9, y se prolonga hasta más allá de los 25 años. Es una etapa crítica donde ocurren cambios a nivel psicológico y la construcción de la identidad de las y los jóvenes. Es un lapso que todos vivimos en crisis, que todos aprendimos a superar gracias al apoyo de nuestros padres, pero nunca con sobreprotección.
Nuestros hijos necesitan enfrentar, ellos mismos, retos y dificultades para que tengan la oportunidad de fortalecer su autoestima y carácter. Los papás que evitan toda desilusión envían un mensaje directo a ellos: “Tú no eres capaz de resolver tus problemas. Por eso aquí estoy para salvarte”. Es un anuncio claro hacia los muchachos y se sentirán con poco valor y autoridad para salir adelante de sus conflictos y fracasos. Nuestros hijos necesitan vivir y experimentar en “carne propia” consecuencias de sus buenas y malas decisiones en su vida, ya que, este es uno de los factores más importantes para su crecimiento y madurez.
Nuestra tarea no es fácil. Existen una gran cantidad de ideologías psicológicas y educativas que buscan evitar el sufrimiento y carencias, ya que pudieran “traumar a nuestros hijos”. Escucho constantemente los siguientes comentarios en el ambiente educativo: “No sean tan exigente, porque le puedes generar un trauma”. O “Hay que entenderlos. Son muchachos y tienen el derecho de vivir plenamente y quítale todas las piedras del camino para que sean felices”. Tengamos un poco de cuidado. Entiendo que nuestra misión es proteger a nuestros hijos para evitar que se lastimen, pero hay que diferenciar entre situaciones muy peligrosas y experiencias cotidianas. Tenemos la misión de hacer hijos independientes, capaces de tomar buenas decisiones y seguir adelante luchando a pesar de las dificultades y fracasos. Esta es la única manera de ayudarlos a ser personas íntegras y maduras.