Padres, hay que permitir el fracaso de los hijos

Todos esos niños que aprenden a levantarse después de caer serán los adultos que sabrán enfrentarse con valentía, resiliencia y creatividad ante la realidad del mundo

En un entorno donde la sobreprotección educativa se ha convertido en la norma, siendo los padres quienes intentan a toda costa que sus hijos e hijas no sufran, la profesora de la Escuela de Negocios de HarvardAmy Edmondson, demuestra en el artículo titulado “Letting Kids Fail Is Essential” que dejar que los niños y niñas fallen es muy importante, motivo por el cual es esencial saber hacerlo para el desarrollo emocional, cognitivo y social.

1) Fracasar para aprender. La autora nos recuerda que el fracaso no es enemigo. Es más, este tipo de estrategia de aprendizaje es una de las más efectivas. ¿Cree usted que el hecho de que un niño no tenga situaciones difíciles es un acto de amor? A corto plazo puede parecerlo, pero a largo plazo se convierte en un signo de su falta de capacidad para desarrollar la resiliencia, esto es, la capacidad adaptativa, de recuperación y de desarrollo a partir de las situaciones fallidas.

2) Tres tipos de fracasos: No todos son iguales. Edmondson realiza esta clasificación de los tipos de fracasos, precisamente para ayudar a los padres a detectar cuáles son aquellos que permiten llegar a ofrecer la oportunidad a los pequeños de saber experimentar lo que son los anteriores, especificando tres tipos de fracasos:

a) Fracasos básicos. Son faltas sencillas y, generalmente, evitables. Por ejemplo: olvidarse de hacer las tareas o no llevar las cosas necesarias a clase. Su gran virtud es que, aunque son evitables, ayudan a los pequeños a practicar la responsabilidad.

b) Fracasos complejos. Son causados por una serie de errores. Un ejemplo típico sería no estudiar, confiarse y acabar reprobando. Sirven para estudiar procesos y aprender a decidir mejor.

c) Fracasos inteligentes. Son aquellos que se dan cada vez que el pequeño se atreve a explorar, a innovar, a intentar hacer algo diferente. Aunque su resultado no sea el que se desea, al menos este tipo de errores favorece el pensamiento creativo y el aprendizaje profundo.

Como padres, diremos que se debe dar impulso a este último tipo de fallos porque es símbolo de que el niño va madurando, ensayando y adquiriendo autonomía.

3) Promover la mentalidad de crecimiento. Al igual que la psicóloga Carol Dweck, Edmondson también sostiene que resulta importante dar lugar a una mentalidad de crecimiento: es decir, enseñar a los hijos que el esfuerzo, la práctica y la perseverancia pueden ser más importantes que el talento o el resultado inmediato. Si un niño sabe que puede mejorar gracias al trabajo, no teme a los fracasos ni a los errores; se siente capaz de asimilarlos como parte natural de su viaje hacia el éxito.

4) Padres: ni sobreproteger ni abandonar. Todos sabemos que sentimos el instinto de contrarrestar a los hijos desde el lado defensivo; nadie desea ver sufrir a su pequeño. Sin embargo, la clave consiste en encontrar esa zona de equilibrio entre protegerlos y darles autonomía. De este modo, Edmondson recomienda construir un entorno seguro y ambiente de aprendizaje en el que los niños puedan experimentar problemas que los desafíen sin correr riesgos extremos, pero que también cuenten con el acompañamiento emocional para aprender de ellos.

No se trata de dejarlos solos ante el peligro, sino dejarles resolver problemas adecuados a su edad, para que después estén mejor entrenados para atender los problemas de la vida, tanto mental como emocionalmente.

5) Fomentar y aceptar riesgos calculados. Por último, la autora hace algo de suma importancia: invita a los niños a asumir riesgos calculados. Participar en experiencias de una práctica nueva, formular sus propuestas, poner en práctica hacer algo diferente en deportes, arte o en la escuela, son maneras de enseñar a gestionar la incertidumbre. Aunque caigan, pueden aprender habilidades que no conocían, intereses y fortalezas que no tenían en mente.

En consecuencia, este artículo nos empuja a pensar en un modelo de crianza que no evita las caídas, sino que las transforma en oportunidades de aprendizaje. En vez de quitar piedras del camino a nuestros niños, les enseñamos a caminar poco a poco por él, incluso cuando caen. Permitir que nuestros niños caigan en un entorno seguro no es una negligencia, es una educación para la vida.

Porque todos esos niños que aprenden a levantarse después de caer serán los adultos que sabrán enfrentarse con valentía, resiliencia y creatividad ante la realidad del mundo que les toque vivir.

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