Esta semana tuve la oportunidad de observar a un grupo de adolescentes, entre 12 y 15 años, resolviendo su tarea de matemáticas. Pensé que estaban viendo sus libros de texto y escribiendo los procedimientos y respuestas en su libreta, pero no ocurrió así: los chicos tomaban fotografías con sus tabletas y celulares al libro de texto y luego imprimían los problemas resueltos.
Les pregunté qué hacían. «Haciendo nuestra tarea», respondieron. Les pedí que me explicaran cómo resolvían los problemas de matemáticas. «Sencillo: agarramos nuestra tableta, tomamos una foto al problema y lo resuelve con todo el procedimiento, porque así lo pide el maestro. Usamos el Photomath, que es una aplicación de inteligencia artificial».
Al preguntarles que si estaban aprendiendo matemáticas, me respondieron: «La maestra no explica y no le entendemos, pero eso no importa. Photomath nos ayuda hacer las tareas». Quedé en shock.
Ahora entiendo por qué la mayoría tiene un gran rezago educativo. Ya no necesitan aprender, solamente ser expertos en el uso de la tecnología y aplicaciones de la inteligencia artificial para simular que aprenden. ¿Los padres de familia y maestros lo saben?
¿Qué sucederá cuando estos estudiantes sean evaluados con un examen y no tengan a la mano un celular o tableta? ¿Habrán aprendido? Con razón cuando presentan los exámenes de admisión a prepa y universidad la mayoría no logra el puntaje mínimo de ingreso. Podemos entender por qué una gran cantidad de adolescentes tuvieron resultados reprobatorios en la prueba PISA, aplicada por la OCDE en el 2022, en lectura, matemáticas y ciencias.
¿En qué consiste el Photomath? Usando la cámara de su celular o tableta, los usuarios pueden escanear problemas matemáticos impresos o escritos a mano y recibir soluciones detalladas e instantáneas. Los estudiantes se benefician de dos maneras: obtienen información sobre el proceso de resolución de problemas y reciben retroalimentación inmediata que les ayuda a perfeccionar sus habilidades matemáticas. Este tipo de aplicaciones son herramientas extraordinarias para el aprendizaje, pero si las usamos correctamente.
Recuerdo mis libros de matemáticas de secundaria, particularmente el libro de texto de Álgebra de los profesores Flores Meyer y Anfossi, de la Editorial Progreso, que tenían explicaciones claras y bien desglosadas de los procedimientos para aprender a resolver las ecuaciones. Más aún: no necesitábamos al maestro para aprender, porque el libro estaba diseñado para el alumno y no para el maestro. Realizábamos la tarea y revisábamos las últimas páginas del libro para recibir retroalimentación si nuestras respuestas eran correctas. Y si no, regresábamos otra vez al problema para encontrar dónde estaba el error.
La otra alternativa era pedirle al compañero que tenía las mejores calificaciones que nos explicara. Íbamos a su casa los fines de semana y pasábamos horas practicando y recibiendo asesoría para aprender. No había computadores y menos celulares, pero sí contacto humano y conocimiento real.
La inteligencia artificial debería servir para facilitar el proceso de aprendizaje de nuestros hijos, pero hay que utilizarla como una herramienta para adquirir el conocimiento y no para copiar y cumplir con una tarea. ¿Cómo será su desempeño en los exámenes? ¿Podrán aprender? Mi respuesta es No.
Ahora entiendo por qué muchas universidades de Estados Unidos prohíben el uso de la tecnología en los salones de clase y han regresado al uso del pizarrón y apuntes a mano. Necesitamos regresar a lo «tradicional» de la educación que, aunque tiene desventajas, garantiza un proceso individual de aprendizaje, reflexión, ejercitación para su dominio y adquisición significativa del conocimiento. Pensemos en esto.