En mis más 45 años de docencia he observado entre alumnas una autopercepción negativa y desvalorizada de lo que son y hacen. Generalmente, cuando obtienen un logro o reconocimiento, lo justifican por causas externas y no por su talento y trabajo.
Esto es impactante, pero al conocerlas más muestran creencias autodestructivas y baja autoestima. En otras palabras, muchas no se valoran y tienen percepciones de incapacidad ante sus logros y resultados. Padecen el Síndrome del impostor.
Este síndrome es la percepción de sentirse como un fraude, que no es tan competente como otros observan y que sus éxitos son por suerte y no lo merecen. Es común en perfeccionistas que buscan el alto rendimiento y no pueden aceptar su éxito.
Algunos de sus síntomas son incapacidad para evaluar su competencia y habilidades, atribuir su éxito a factores externos, miedo a no cumplir con las expectativas y a cometer errores, y tener dudas constantes sobre sus capacidades y rendimiento.
De acuerdo con una encuesta entre 4 mil británicos, el 53 por ciento de las mujeres tiene dudas de sí mismas. En contraste, la mayoría de los hombres admite que nunca ha experimentado esto. Los tres ambientes en que las mujeres son propensas a sentirse así son el trabajo (72 por ciento), el aula (29 por ciento) y salir con amigos (29 por ciento).
La tercera parte de las mujeres que se sienten impostoras afirma que este síndrome interfiere con sus relaciones románticas y, el 18 por ciento, que entorpece en su vida familiar y como madre. Además se encontró que los síntomas del Síndrome del impostor suelen comenzar en ellas a los 23 años.
Padecer el Síndrome del impostor puede impactar nuestras vidas y paralizando muchas actividades cotidianas, sociales y profesionales. Este problema se ha convertido común entre los jóvenes como resultado de presiones sociales que experimentan de fuentes como las redes sociales.
En los últimos años hay la misión de empoderar a las jóvenes creando una presión que en algunas puede superar sus capacidades. Muchas han crecido escuchando historias de guerra de sus madres, de tías y maestras sobre la discriminación de género en el lugar de trabajo, y las presionan a ser mejores que los niños. Con el tiempo, esta competitividad puede convertirse en una búsqueda poco saludable por establecer estándares ridículamente altos de rendimiento.
Por otra parte, todavía existen estereotipos que hacen más difícil la vida de las mujeres, ya que al obtener buenos resultados en el trabajo también son etiquetadas como «demasiado agresivas», «fuera de sí mismas», «difíciles» y «egoístas», mientras que los hombres que se comportan de manera similar pueden ser elogiados como «seguros de sí mismos». Si bien pueden ser tan competentes, si no más que sus compañeros de trabajo masculinos, las mujeres pueden llegar a evitar proyectos de alto perfil, ya que se sienten menos merecedoras o incluso inseguras en el manejo de las demandas de la carrera y la familia.
Tenemos una gran tarea con nuestras hijas: necesitamos educar niñas fuertes emocionalmente y convencidas del valor que tiene su persona y habilidades para reconocer sus logros merecidos y la actitud de dar los mejor de sí mismas, pero sin llegar a la obsesión de la perfección. Es importante que reconozcan y logren su plena satisfacción con su esfuerzo y trabajo, independientemente del resultado.