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Todo padre de familia desea lo mejor para sus hijos y sean felices. Pero ¿cómo podemos lograr que nuestros hijos sean felices? ¿Los haremos felices si satisfacemos todos sus deseos y caprichos? ¿Los haremos felices si solamente inflamos su autoestima dándoles un trofeo por simplemente participar? ¿Evitaremos su depresión o pensamientos suicidas si creamos ambientes de poco riesgo de frustración, fracaso o carencia?
Observo una gran paranoia entre familias y escuelas de aplicar un mínimo de disciplina por traumarlos e implementan estrategias “burbuja” donde los cubren de elogios y evitan cualquier adversidad por miedo que tomenuna mala decisión. La semana pasada recomendé a un padre de familia que aplicara pequeñas consecuencias a su hijo, menor de edad, por haber tenido un accidente automovilístico y con aliento alcohólico. Le dije: “Necesita que su hijo viva la consecuencia de no tener carro por algún tiempo y que ustedes sean sus choferes para llevarlo y traerlo.” Y la respuesta del papá fue: “No puedo hacer eso, Esto hará que mi hijo se enoje y se pueda suicidar.”
Aristóteles, filósofo griego, advierte que llenar de placeres a nuestros jóvenes no los llenará de felicidad sino lo contrario. El placer no es opuesto a la felicidad sino su mal uso. La educación griega estaba dirigida a la formación del carácter cuyo objetivo era formarlos en virtudes. La virtud no elimina los deseos o placeres, sino los autorregula para llegar a la felicidad. Un estudiante no desea entrar a clase porque es aburrida y mejor decide pasarla con sus amigos tomando un café. En ese el chico se llena de placer y de una felicidad “temporal” y estará contento. Sin embargo, qué consecuencia tendrá: Ausencia, no aprendizaje del contenido en esa hora, no entrega de la actividad, riesgo de ser baja por faltas, no comprensión de la tarea de la siguiente clase e indicaciones del examen. Y a mediano y largo plazo está en riesgo de reprobación de la materia. No ir a clase y estar con los amigos es un placer “artificial”, pero sus consecuencias son peores y causa de desequilibrio en su salud mental. La “verdadera felicidad” requiere de esfuerzo, trabajo duro, sacrificio y hasta malestar. ¿Quién será más feliz? Quien inicia su ejercicio matutino y a los 5 minutos lo deja porque se aburrió y hubo cansancio físico o quien a pesar del aburrimiento y el agotamiento logra su meta. Claro que el segundo. La felicidad “real” se encuentra en una persona virtuosa que sabe cuánto comer sin que sea demasiado o sin abstenerse completamente.
No llenemos a nuestros hijos de placeres inmediatos porque crecerán en un mundo instantáneo y vivirán para satisfacer sus caprichos en forma breve y sin capacidad de tolerar frustraciones y trabajo duro para lograr metas significativas a largo plazo. El chico que lo llenamos de placer y que sea feliz en todo momento, está en mayor riesgo de tener una crisis emocional que lo lleve a trastornos serios de ansiedad, depresión y hasta suicidio. Centremos nuestra educación en formar su carácter mediante virtudes y gracias a su repetición terminarlos en hábitos. Nuestro primer objetivo es hacerlos fuertes en sus emociones, voluntad y pensamientos para que sean capaces de tomar buenas decisiones y con suficiente carácter para llevarlo a cabo y al final del camino logren su felicidad plena.
Periódico Vanguardia[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]