Esta semana publicamos uno de nuestros más recientes libros: Padres obedientes, hijos tiranos: 20 años después.
Nuestro libro del mismo nombre cumple dos décadas de haber sido publicado y en estas dos últimas décadas hemos tenido grandes transformaciones en nuestra familia. Muchos de los padres obedientes de entonces se han convertido en abuelitos y continúan siendo obedientes. ¿Por qué?
Hoy existen una tendencia mundial de que los padres continúan sobreprotegiéndolos y manteniéndolos económicamente. Actualmente en los Estados Unidos casi el 60 por ciento de los hijos adultos, entre 18 y 25 años, todavía vive con sus padres y, más de un 20 por ciento, entre 26 y 34 años.
En México muchas escuelas reportan que cerca del 50 por ciento de las colegiaturas de las escuelas privadas son pagadas por los abuelos, ya que no desean que sus nietos estudien en otra escuela. Además, muchos abuelitos hacen el trabajo de una doble maternidad y paternidad: los recogen en la escuela, les dan de comer, les ayudan en hacer la tarea y los supervisan toda la tarde hasta que son recogidos por sus padres.
Existe un gran riesgo de crisis financiera y salud mental en nuestros abuelitos, ya que recae en ellos toda la responsabilidad económica al vaciar sus ahorros de la pensión y aumentar su estrés al comprometerse en el cuidado y educación de sus nietos.
Los hijos tiranos de hace 20 años ahora son papás y no serán padres obedientes, sino padres ausentes. Hoy algunos papás dejan su deber a otros como a la escuela, a los abuelos o al celular. ¿Cuántos padres observamos en el restaurante conectados a la pantalla sin platicar o siquiera ver a sus hijos?
Hay muchos papás que, además, buscan la perfección en sus hijos y los presionan para que sean los mejores a cualquier costo. No permiten que enfrenten ningún fracaso, carencia o adversidad, porque inmediatamente los justifican o culpan a los demás haciéndolos víctimas del mundo. Y claro, nos enfrentamos a una nueva generación de niños no tiranos, sino de cristal, adictos a la tecnología y medicados. Tenemos así un grupo de hijos y adolescentes incapaces de tolerar pequeñas dificultades, ya que inmediatamente se blindan con mil excusas para evitar sufrir consecuencias de sus desilusiones y malas decisiones.
Soy consciente que la pandemia provocó el aumento de muchas dificultades económicas, emocionales, académicas, familiares, laborales y sociales como la pérdida de empleos, aislamiento social, encierro en el hogar, escuela a distancia, víctimas del Covid-19 en familiares y amigos, miedo al contagio e incertidumbre. Ante esta crisis, muchas familias crearon burbujas de sobreprotección para que los miembros de la familia no sufrieran peores estragos de la pandemia. ¿Cuántos de los papás permitimos acceso ilimitado a la tecnología para que nuestros hijos no sufrieran más por no salir y ver a sus amigos?
¿Cuántos abuelos apoyaron financieramente a sus hijos adultos al ser despedidos de sus trabajos o al haber quebrado su empresa? Desafortunadamente, para muchos, la pandemia empeoró sus estados emocionales y salud mental, pues la enfrentaron con una personalidad débil, con poca tolerancia a las frustraciones y llenos de empoderamiento inmerecido. Por supuesto, hubo mayor quiebre ante las pérdidas.
Ahora en el regreso presencial muchas escuelas se enfrentan con una generación de padres e hijos que desean continuar viviendo esa burbuja de sobreprotección y no desean que sea vulnerada por miedo a que los niños y adolescentes empeoren. Muchos llegan muy enclenques a las escuelas, pero la sobreprotección no les ayudará a crecer y madurar.
Vivimos nuevos retos para las familias, pero debemos adaptarnos y darles herramientas de lucha a nuestros hijos para que salgan adelante por ellos mismos, hoy y mañana.