La mayoría de los padres deseamos que nuestros hijos sean brillantes ante la sociedad y posean talento para que sean personas exitosas en la escuela, trabajo y vida. Sin embargo, el talento (solo) no es garantía de un buen desempeño, éxito y, menos, felicidad.
Cuando fui entrenador de basquetbol de muchachos de secundaria les decía: «No importa lo bueno o talento que tengas; nunca serás un triunfador sin esfuerzo y corazón». Y esta enseñanza era especialmente a los jugadores que tenían un don natural para jugar, ya que eran los que siempre llegaban tarde al entrenamiento o al juego, ponían el mínimo esfuerzo en las prácticas y, especialmente, no seguían instrucciones al momento de jugar, ya que se consideraban las «estrellas» del equipo y consideraban que no necesitaban trabajar duro, ya que nunca lo necesitaron para sobresalir.
A través de mi vida he visto una gran cantidad de personas sumamente talentosas que nunca llegaron a la cima porque no tenían la motivación, determinación y esfuerzo para perfeccionar sus dones. ¿Cuántos de nosotros conocemos hijos, sobrinos, primos o nietos que desperdician su gran inteligencia porque nunca les costó trabajo tener éxito? Y ellos, especialmente, abandonan o desertan de la escuela o trabajo por considerarlos que no son dignos a su capacidad.
En cambio, las personas con menos talento a las que les cuesta mayor esfuerzo obtener un buen resultado son las que tendrán éxito a largo plazo y serán felices porque desarrollaron hábitos de persistencia, tolerancia a las frustraciones y trabajo duro para tener logros significativos en la vida. Ser un poco obsesivos en tu talento ayudará a tener una aprendizaje y actualización constante y nos esforzaremos para ser mejores.
Muchas personas superdotadas se contentan con mantener su talento, porque piensan que no necesitan esforzarse tanto porque son mejores o más inteligentes que los demás. Pero, la verdad es que, cuanto más alto estés, más duro hay que trabajar para mantener la posición.
Recordemos a Michael Phelps, campeón olímpico, poseedor de varios récords mundiales y mayor medallista de todos los tiempos en forma individual. Nació físicamente con talento para ser el mejor nadador del mundo: sus pies parecen aletas, mide 1.94 metros de alto y sus brazos extendidos abarcan una longitud de 2.06 metros. Esto es ideal para que sus brazadas sean más poderosas.
Sin embargo, esto sería insuficiente si no tuviera persistencia y trabajo duro para desarrollar mejor su talento: entrenaba seis horas diarias por seis días de la semana, nadaba 80 kilómetros a la semana y estaba obsesionado con la piscina y el gimnasio. Por muchos años ha padecido de depresión, pero esto no le impidió conquistar 28 medallas olímpicas.
Es cierto que hay personas que nacieron con talento y que no necesitaron de muchas horas de práctica para ser los mejores. Tenemos el ejemplo del golfista Tiger Woods, que empezó a jugar a los 2 años y, a los 5, ya ganaba torneos de golf, o el gran compositor Mozart, que empezó a componer música a partir de los 5 años y, a los 8, escribió su primera sinfonía. Algunas personas simplemente están dotadas de una habilidad natural que los hace sobresalir en ciertas cosas. Pero la conclusión es reconocer tus habilidades innatas y trabajar en ellas antes de que se desvanezcan.
Papás: reconozcamos los talentos de nuestros hijos, pero no dejemos que caigan en la zona de confort en que consideran que, con el mínimo esfuerzo y trabajo, es suficiente para tener éxito, porque cuando enfrenten una dificultad, un fracaso o que necesitan mayor persistencia para tener un logro, su respuesta será abandonar la tarea para evitar baja autoestima y tener una imagen de perdedor.