Después de más de un año de clases a distancia y sincrónicas empezamos observar los efectos de la tecnología en los hábitos de lectura y parece que los resultados no son muy alentadores.
Millones de niños y jóvenes realizan tareas y lecturas usando aparatos digitales, pero ¿es lo mismo leer en papel que en pantalla?
La lectura se considera un proceso de adquisición y transformación de nueva información para incrementar el conocimiento requiriendo de habilidades de razonamiento abstracto, verbal, cognitivo y ejecutivo.
Muchos padres desean entrenar a sus hijos en cursos de rapidez lectora. Sin embargo, hay que tener cuidado, ya que la lectura requiere de procesos profundos como atención, conectar la nueva información con los conocimientos previos, hacer analogías, inferencias, analizar, comparar, sintetizar, validar el contenido e integrar todo en un juicio crítico.
Algunos cursos de velocidad lectora tienen el objetivo de reducir o evitar toda vocalización interna (hablarnos en nuestras cabezas) para aumentar la rapidez.
Existe evidencia científica de que la articulación interna de las palabras tiene una función vital en la identificación y comprensión de las palabras en la lectura en silencio.
La neurociencia es muy clara al explicar el proceso de la lectura en el cerebro: Primero, el texto escrito es percibido por la retina ocular, enviando la información por el nervio óptico hasta el lóbulo occipital donde ocurre la percepción visual. Enseguida, las letras son enviadas al giro angular o área 39 (región temporal y parietal del cerebro) donde se decodifican y descifran en un código fonético para traducirlas en palabras.
Posteriormente se transmiten al área de Wernicke, cuya función es relacionarlas con un significado semántico.
En otras palabras, aquí está nuestro diccionario que da significado a lo que leemos.
Y, por último, se dirigen están palabras al lóbulo frontal al área de Broca, cuya misión es la articulación del lenguaje. Este circuito neurológico nos enseña que la lectura está relacionada íntimamente con nuestro lenguaje oral.
¿Qué hacemos algunas veces para comprender mejor un texto escrito? Lo leemos en voz alta para entenderlo mejor.
Entonces, ¿cómo se puede explicar que haya lectores cuya velocidad sea de varios miles de palabras con buena comprensión? Un caso es Ann Jones, quien leyó un libro de Harry Potter de 784 páginas en 47 minutos a una velocidad de 4 mil 200 palabras por minuto con buena retención y comprensión.
Esto significa que su velocidad es 20 veces más rápida que la de un lector promedio que lee 210 palabras por minuto. La explicación que dan los científicos es que Jones había leído otros libros de la saga de Harry Potter y tomó la ventaja de capitalizar el conocimiento previo de los caracteres, estructura literaria y estilo de escritura logrando desarrollar una gran cantidad de inferencias sin necesidad de leer todo el texto.
Podemos concluir que la fluidez lectora no se basa en implementar estrategias para ampliar el campo visual de lectura y reducir el número de fijaciones oculares en cada palabra sino en los antecedentes culturales y la memoria de conocimientos que facilitan la construcción de esquemas mentales de comprensión para crear conexiones sin necesidad de leer cada una de las palabras del texto.
¿De qué sirve que nuestro hijo «lea» 600 palabras por minuto si al final de la lectura no comprende y recuerda lo leído?
Debemos desarrollar primero una conexión entre el texto escrito y su lenguaje oral, incrementar su diccionario semántico interno para que lean con sentido. En seguida, aumentar su cultura, información y conocimientos para crear esquemas y mapas mentales para que su comprensión sea más efectiva en contextos disciplinares y de saberes.