Nuestra vida está llena de decisiones. Desde que nos despertarnos nuestro día tiene cientos de dilemas grandes o pequeños: «¿Qué pantalón usaré? ¿Qué me gustaría desayunar? ¿Cuál programa de televisión veré? ¿Realizo la tarea en este momento o después?».
Toda nuestra vida, siempre tendremos diferentes posibilidades en diferentes situaciones.
Investigadores de la Universidad de Cornell en Estados Unidos estiman que tomamos 226.7 decisiones cada día relacionadas solamente con la comida.
Conforme aumenta la edad, madurez y responsabilidad, se incrementa el número de opciones. Calculan que hacemos unas 35 mil decisiones cada día.
Claro que hay algunas más difíciles que otras y sus consecuencias pueden ser buenas o malas.
¿Qué par de zapatos usaré hoy? Es una decisión sencilla y las consecuencias de una mala elección, intrascendentes. Pero elegir una carrera profesional, cambiar de residencia o contraer matrimonio son decisiones cuyas implicaciones e impacto estarán presenta toda la vida.
Los psicólogos y economistas de Cornell afirman que muchas decisiones nos toman milisegundos y otras pueden tomar días o meses.
¿Qué significa tomar una decisión? Es la capacidad de elegir entre varias alternativas la mejor según nuestra experiencia y aprendizaje.
Desafortunadamente, la mayoría de nuestras decisiones son tomadas por nuestro termómetro emocional y no racional.
Si un niño o niña tiene la capacidad de elegir entre jugar un videojuego o leer, ¿qué creen que decidirá? Claro que el videojuego.
Y si un o una adolescente tiene la capacidad de preferir entre ver TikTok y ayudarle a mamá. ¿Qué creen que escogerá? Claro que TikTok.
Sus decisiones están basadas en que producen más placer o dopamina. Dopamina es un neurotransmisor del cerebro cuya función es llenar de encanto y sensualidad nuestra mente.
Sin embargo, las decisiones tomadas con racionalidad y lógica son analizadas con sus consecuencias.
Si el niño elige videojuego en ese momento será «feliz», pero perderá la oportunidad de crecer en su conocimiento y cultura.
Las decisiones no deben ser elegidas en mi placer hoy sino en qué es lo mejor para mí, mi familia y sociedad en el mañana.
Las decisiones no deben estar basadas en el impulso o deseo ya que lograremos una «satisfacción» muy a corto plazo y sus consecuencias pueden ser peores.
Puedo decidir en este momento no entrar a clase y pasarla muy bien con mis amigos, pero estará en riesgo en no cumplir con mi sueño de graduarme.
Por muchos años, la neurociencia ha tratado de entender el proceso de tomar buenas y malas decisiones.
El lóbulo frontal, localizado en nuestra frente de la cabeza, tiene la tarea de realizar nuestras funciones ejecutivas como planeación, elegir bien las metas, tomar decisiones, empatía, control de impulsos, jerarquía, entre otras más.
Nuestro libro Homo Sapiens pero Brutus, publicado por la Editorial Trillas, muestra la importancia de la Inteligencia Ejecutiva ya que su ausencia incrementa el riesgo de impulsividad, dispersión, poco sentido de vida y, por supuesto, incapacidad para tomar buenas decisiones.
Hoy y siempre nuestras decisiones deben ser tomadas usando todo nuestro cerebro con inteligencia y no solamente por nuestras emociones.