He sido maestro por más de 45 años desde los niveles de secundaria hasta maestría en México y en los Estados Unidos, y si tuviera la oportunidad de volver a nacer y elegir mi carrera profesional escogería nuevamente trabajar en el área de educación.
Sin embargo, los maestros hoy se enfrentan a mayores retos que hace 40 años. Inicié mi experiencia docente en secundaria y mi mayor preocupación era cómo motivar a los adolescentes para aprender. Fui maestro de la clase de español y enfoqué mis esfuerzos en desarrollar el hábito lector entre mis estudiantes. Tenía problemas de disciplina, pero nada que no pudiera regular en el salón de clases y claro que había alumnos con dificultades emocionales, pero eran muy pocos.
Los padres de familia daban todo su apoyo y confianza a los maestros, entonces tenían grandes aliados en el hogar para trabajar juntos. Sin embargo, en los últimos años los maestros nos enfrentamos a un mundo y sociedad mucho más complejo y difícil.
Ahora los profesores no solamente debemos buscar las mejores formas de motivar su aprendizaje sino, además, nos enfrentamos con estudiantes con serios problemas emocionales, apáticos, frágiles ante pequeñas frustraciones y esfuerzo, poco compromiso al aprendizaje auténtico, con otras prioridades que no es la escuela: conductas desafiantes y hasta agresivas hacia los maestros y donde el celular es su único interés.
Además, abundan padres muy sobreprotectores y poco colaboradores en el trabajo de la escuela. Esto está provocando un aumento de maestros que renuncian a sus trabajos por estrés, abuso y deterioro en su salud mental.
En muchos de ellos existe una gran frustración y agotamiento emocional al tratar de hacer bien su trabajo y enfrentarse a una nueva generación de alumnos y padres. Un maestro de preparatoria con 10 años de experiencia me comentó: «Renuncio porque los alumnos no pueden dejar sus celulares mientras enseño y, al pedirles que lo dejen, contestan en forma grosera y defienden su derecho a la privacidad».
Otra maestra de secundaria dice: «Estoy sumamente estresada porque no puedo cumplir el programa académico por la apatía y el mínimo esfuerzo de mis estudiantes». Una, de preescolar, estaba emocionada de «tener un impacto positivo en la generación futura», pero rápidamente sufrió una cachetada y mordida por un estudiante al no permitirle usar crayolas en tiempo de lectura. Y poco tiempo después, recibió otra mordida mientras trataba de enseñar a otro niño al mismo tiempo. Y no solamente fue ese problema sino, además, otros estudiantes empezaron a destrozar y tirar las cosas del salón y no obedecían. Renunció a los tres meses de haber empezado clases.
La Asociación Nacional de Educación (NEA) en los Estados Unidos realizó una encuesta en febrero pasado dirigida a maestros, encontrando que el 55 por ciento dijo que se estaban preparando para renunciar a sus trabajos antes de lo planeado. Manifiestan que se encuentran cada vez más agotados y con problemas de ansiedad. Nos enfrentamos o enfrentaremos en los próximos años a una gran carencia de maestros para cubrir todos los niveles educativos.
Desafortunadamente, nos encontramos en un momento histórico que la profesión docente ha perdido respeto y estatus. En una encuesta realizada por Phi Delta Kappan encontró que, en 2018, por primera vez desde 1969, la mayoría de los estadounidenses, el 54 por ciento, dijo que no quería que sus hijos se convirtieran en maestros. Esta cifra aumentó al 62 por ciento en 2022. ¿Quiénes serán los que educarán a nuestros hijos?
Debemos realizar una revaloración de la profesión magisterial y evitar depositar toda la responsabilidad de la formación solamente a los profesores. Los maestros deben cumplir función de instrucción y complementar la formación que los padres realizan en sus casas, pero no sustituirla.
Los maestros tienen una gran tarea en prepararlos académicamente y no son terapeutas para sanar sus grandes carencias emocionales y conductas desafiantes. Hagamos cada uno de nosotros nuestro trabajo.